El exceso de algo siempre satura.
Quizás lo mejor sea, a veces, tomar cierta distancia y dejar al agua correr...
6 Otro vínculo
Cuando lo vio por primera vez, le recordó el rostro de alguien pero no pudo descifrar de quién. Demasiados rostros habían pasado por su vida, demasiadas bocas, demasiados ojos... Pero en los ojos de él, había algo que en los otros no: estos ojos tenían un brillo especial, un brillo que la contemplaban como si vinieran del centro mismo del sol.
Esa tarde, Luciana comprendió que su vida nunca volvería a ser la misma.
Se acercó. Él estaba sentado a la mesa de un bar, mirando distraídamente hacia fuera mientras fumaba un cigarrillo, y bebiendo café. Luciana se presentó, le preguntó cómo se llamaba, a qué se dedicaba.
Él la miró detenidamente antes de contestar.
-Me llamo Lautaro. Soy periodista.
Ella se sentó a su lado, y siguió conversando con él. Luciana sabía cómo debía sentarse insinuando provocativamente las piernas, cómo debía hablar, cómo debía mover la boca y cómo debía revolotear delicadamente los ojos. Era muy versada, quizás demasiado, en el arte de la seducción. La vida la había obligado a eso.
No hace falta decir que Lautaro quedó totalmente prendado de ella. Desde luego, no era el primero ni tampoco sería el último, pero él había logrado algo que ningún otro hombre había podido conseguir jamás: había ganado su corazón.
Entre ellos nació un romance apasionado, alocado y desesperado. Eran dos almas sedientas, hambrientas de cariño y comprensión, dos almas cansadas, dos almas que creyeron encontrar en la piel del otro una tregua a la soledad que las atormentaba. Luciana encontró en Lautaro la ternura y la dulzura que nunca había conocido pero que siempre había deseado, y Lautaro se aferró a los besos de Luciana como un perro hambriento se aferra a la mano amiga que le da de comer. Los dos se amaron. Profundamente, locamente, dolorosamente.
Los dos intentaron curar sus heridas con la sangre del otro.
Pero a pesar de todo, la vida de Luciana era otra. Por más que realmente amara a Lautaro, por más que Lautaro realmente la amara a ella, el alma de Luciana era un alma condenada al vacío: condenada a desgastarse en los besos y los abrazos violentos de hombres adinerados. Y sabía que no podía, que no podía ni quería, obligar a Lautaro a compartirla para siempre.
Así que una tarde, Luciana simplemente se despidió.
-Adiós-fue todo lo que dijo.
El mes de marzo estaba por concluir y el calor no cejaba. Se abrazaron casi llorando. Ahora los ataba otro vínculo. El amor que había entre ellos nunca acabaría, pero ahora sólo se había convertido en un recuerdo del pasado. Luciana tendría que aprender a vivir sin la ternura de Lautaro, y Lautaro tendría que aprender a vivir sin la bella pasión de Luciana.
El vínculo que ahora los unía era el que une a dos personas que saben lo que es la soledad, que la han compartido, que han creído calmarla, pero que al final de todo comprenden que ellos nacieron para ser sus esclavos.
Sin embargo, hay cosas que durán más que la gente. Quién sabe si la historia concluye aquí, quién sabe si no volverán a encontrarse algún día.
(Las frases en bastardilla pertenecen a distintos cuentos de Jorge Luis Borges)
Esa tarde, Luciana comprendió que su vida nunca volvería a ser la misma.
Se acercó. Él estaba sentado a la mesa de un bar, mirando distraídamente hacia fuera mientras fumaba un cigarrillo, y bebiendo café. Luciana se presentó, le preguntó cómo se llamaba, a qué se dedicaba.
Él la miró detenidamente antes de contestar.
-Me llamo Lautaro. Soy periodista.
Ella se sentó a su lado, y siguió conversando con él. Luciana sabía cómo debía sentarse insinuando provocativamente las piernas, cómo debía hablar, cómo debía mover la boca y cómo debía revolotear delicadamente los ojos. Era muy versada, quizás demasiado, en el arte de la seducción. La vida la había obligado a eso.
No hace falta decir que Lautaro quedó totalmente prendado de ella. Desde luego, no era el primero ni tampoco sería el último, pero él había logrado algo que ningún otro hombre había podido conseguir jamás: había ganado su corazón.
Entre ellos nació un romance apasionado, alocado y desesperado. Eran dos almas sedientas, hambrientas de cariño y comprensión, dos almas cansadas, dos almas que creyeron encontrar en la piel del otro una tregua a la soledad que las atormentaba. Luciana encontró en Lautaro la ternura y la dulzura que nunca había conocido pero que siempre había deseado, y Lautaro se aferró a los besos de Luciana como un perro hambriento se aferra a la mano amiga que le da de comer. Los dos se amaron. Profundamente, locamente, dolorosamente.
Los dos intentaron curar sus heridas con la sangre del otro.
Pero a pesar de todo, la vida de Luciana era otra. Por más que realmente amara a Lautaro, por más que Lautaro realmente la amara a ella, el alma de Luciana era un alma condenada al vacío: condenada a desgastarse en los besos y los abrazos violentos de hombres adinerados. Y sabía que no podía, que no podía ni quería, obligar a Lautaro a compartirla para siempre.
Así que una tarde, Luciana simplemente se despidió.
-Adiós-fue todo lo que dijo.
El mes de marzo estaba por concluir y el calor no cejaba. Se abrazaron casi llorando. Ahora los ataba otro vínculo. El amor que había entre ellos nunca acabaría, pero ahora sólo se había convertido en un recuerdo del pasado. Luciana tendría que aprender a vivir sin la ternura de Lautaro, y Lautaro tendría que aprender a vivir sin la bella pasión de Luciana.
El vínculo que ahora los unía era el que une a dos personas que saben lo que es la soledad, que la han compartido, que han creído calmarla, pero que al final de todo comprenden que ellos nacieron para ser sus esclavos.
Sin embargo, hay cosas que durán más que la gente. Quién sabe si la historia concluye aquí, quién sabe si no volverán a encontrarse algún día.
(Las frases en bastardilla pertenecen a distintos cuentos de Jorge Luis Borges)
2 Pushing Daisies ♥
0 El pájaro canta hasta morir
Hay una leyenda sobre un pájaro que canta sólo una vez en su vida, y lo hace más dulcemente que cualquier otra criatura sobre la faz de la tierra. Desde el momento en que abandona el nido, busca un árbol espinoso y no descansa hasta encontrarlo. Entonces, cantando entre las crueles ramas, se clava él mismo en la espina más larga y afilada, y al morir envuelve su agonía en un canto más bello que el de la alondra y el del ruiseñor. Un canto sublime, al precio de la existencia. Pero todo el mundo enmudece para escuchar, y Dios sonríe en el cielo. Pues lo mejor sólo se compra con grandes dolores. Al menos así lo dice la leyenda.
"The thorn birds", de Colleen McCullough
"The thorn birds", de Colleen McCullough
A lo largo de la vida, uno se acuchilla muchas veces.
Se va matando de a poco, no sé si me explico bien: uno se va matando de mejor a peor.
El primer homicidio lo cometemos con un niño que cree que los animales y las mesas y las puertas y las margaritas hablan. Entonces queda, herido pero sobreviviente, un adolescente que sabe que eso no es cierto, que sabe que los animales y las mesas y las puertas y las margaritas no hablan, pero sabe también que todo mal será purgado, que todo error será rectificado, que cada gota de nuestro sudor será pagada con pan y la capacidad de nuestro corazón será colmada con amor.
El adolescente sabe llorar, no le importa tener que rebajarse y suplicar, es capaz de ofrendar su vida por un ideal, de erguirse ante la injusticia, abofetear al tirano y partir su pan en dos, en diez, en cien, sin escuchar el murmullo de voces que va creciendo a su alrededor y entre las que se distinguen palabras sueltas a las que no le da ninguna importancia. No las une. No forma frases ni oraciones con ellas. Sirve. Esfuerzo. Que. Para. Mundo. Es. El. Desprejuiciados. Ataquen. Atacar. No. Los. Te. Hay. Estar. Para. En guardia.
Pero a fuerza de oírlas y oírlas termina por querer saber su significado. Las mueve, las balbucea, las cambia de lugar, las pone en hilera para formar un trencito y luego llora sobre ellas porque no le gusta lo que esas palabras puestas así le dicen.
Para qué sirve el esfuerzo, el mundo es de los desprejuiciados. Hay que estar en guardia, atacar para que no te ataquen.
Llora sobre las palabras, las detesta. Mira a su alrededor buscando a alguien que le de la razón, que las odie tanto como él. Pero se siente solo, absolutamente solo. Es él, nada más que él, su pelo, sus ojos, sus manos, su cuerpo hermoso... y las palabras.
Hasta que al fin, tan cansado, tan triste, tan gris, hace con ellas un cuchillo delgado y filoso y se suicida.
Alguien se sacude esa muerte, esa ceniza. Alguien muy educado, con corbata y saco, con los zapatos lustrados y un horario estricto que cumplir. Qué suerte, un horario y un sueldo que cuenta con exactitud cada fin de mes.
Este alguien está muy enterado de todas las cosas que suceden en el Universo porque lee los diarios y conversa con otros adultos en colectivos, en las oficinas, en los bares, en la calle.
Está orgulloso de su información, de su reloj, de su puntualidad; orgulloso de ser tan civilizado y no excederse nunca en nada. No se parece a aquel niño ávido y curioso, a aquel adolescente desordenado y vehemente. ¡Por suerte pudo acuchillarlos! Por suerte pudo deshacerse de ellos para que no lo estorben, para que no le vayan a hacer el chiste de serrucharle la estructura y...
"Alguien" es un hombre.
En alguna parte hay un rótulo que le corresponde y que en vez de figurar en una enorme planilla debería estar recortado y pegado en su frente, para una mejor organización de las cosas. Nombre. Apellido. Edad. Profesión. Estado civil. Domicilio. Sueldo.
En la enorme planilla no hay preguntas verdaderamente importantes: ¿Es feliz? ¿De qué tiene miedo? ¿Está enamorado? ¿Qué tararea cuando se baña?
Alguien es un hombre.
Habla como un hombre. Piensa como un hombre. Siente como un hombre. ¿Qué es lo que piensa, qué es lo que siente? Nada raro, lo mismo que piensan y sienten todos los hombres. ¿Qué es lo que hace? Lo mismo que hacen todos. Corre los colectivos, le da limosna a un pordiosero (por si acaso es cierto que desde allá arriba...), se emociona un poco-lo suficiente-el día de su casamiento durante la ceremonia religiosa, el día en que nace su primer hijo, el día en que por fin escritura el departamento propio. No tiene tiempo para tonterías: no tiene tiempo para remontar barriletes, juntar caracoles, tirarse boca arriba bajo un árbol y quedarse en silencio varias horas, pensando...
No puede desperdiciar en pavadas así la cuerda que se da todas las mañanas.
Pero un día, un día se despierta llorando, se mira al espejo, se mira las lágrimas mezcladas con las arrugas y las canas, repite su nombre y su edad como si fuera una plegaria, y luego grita el nombre de su hijo.
Su hijo adolescente que aún cree y aún puede salvarse. Aún puede salvarse se repite hasta que le duele la lengua.
Corre, corre... atraviesa el pasillo, hay que salvarlo, hay que salvarlo... hay que esconder todos los cuchillos, hay que convencerlo de que la vida es bella y hay que tomarla dulcemente por la cintura y hundir la cabeza en su pecho, y hay que guardarse un tiempo para gastarlo sin hacer nada, simplemente remontando barriletes, conversando con las piedras o pensando cara al cielo bajo un árbol. Y hay que saber llorar y partir el pan en dos, en diez, en cien, y abofetear al tirano y erguirse ante la injusticia porque todo mal será purgado y todo error rectificado...
Corre por el pasillo, abre la puerta del dormitorio del hijo al mismo tiempoo que suena el despertador y el muchacho salta de la cama.
-¿Creíste que me iba a quedar dormido? Ya no soy una criatura, papá.
Habla de responsabilidades mientras se ajusta la corbata. Luego se pone el saco.
-No quiero llegar tarde-musita-. Hay que estar en guardia, hay que atacar para que...
No, ya no puede parar los cuchillos que han sido lanzados.
Se va matando de a poco, no sé si me explico bien: uno se va matando de mejor a peor.
El primer homicidio lo cometemos con un niño que cree que los animales y las mesas y las puertas y las margaritas hablan. Entonces queda, herido pero sobreviviente, un adolescente que sabe que eso no es cierto, que sabe que los animales y las mesas y las puertas y las margaritas no hablan, pero sabe también que todo mal será purgado, que todo error será rectificado, que cada gota de nuestro sudor será pagada con pan y la capacidad de nuestro corazón será colmada con amor.
El adolescente sabe llorar, no le importa tener que rebajarse y suplicar, es capaz de ofrendar su vida por un ideal, de erguirse ante la injusticia, abofetear al tirano y partir su pan en dos, en diez, en cien, sin escuchar el murmullo de voces que va creciendo a su alrededor y entre las que se distinguen palabras sueltas a las que no le da ninguna importancia. No las une. No forma frases ni oraciones con ellas. Sirve. Esfuerzo. Que. Para. Mundo. Es. El. Desprejuiciados. Ataquen. Atacar. No. Los. Te. Hay. Estar. Para. En guardia.
Pero a fuerza de oírlas y oírlas termina por querer saber su significado. Las mueve, las balbucea, las cambia de lugar, las pone en hilera para formar un trencito y luego llora sobre ellas porque no le gusta lo que esas palabras puestas así le dicen.
Para qué sirve el esfuerzo, el mundo es de los desprejuiciados. Hay que estar en guardia, atacar para que no te ataquen.
Llora sobre las palabras, las detesta. Mira a su alrededor buscando a alguien que le de la razón, que las odie tanto como él. Pero se siente solo, absolutamente solo. Es él, nada más que él, su pelo, sus ojos, sus manos, su cuerpo hermoso... y las palabras.
Hasta que al fin, tan cansado, tan triste, tan gris, hace con ellas un cuchillo delgado y filoso y se suicida.
Alguien se sacude esa muerte, esa ceniza. Alguien muy educado, con corbata y saco, con los zapatos lustrados y un horario estricto que cumplir. Qué suerte, un horario y un sueldo que cuenta con exactitud cada fin de mes.
Este alguien está muy enterado de todas las cosas que suceden en el Universo porque lee los diarios y conversa con otros adultos en colectivos, en las oficinas, en los bares, en la calle.
Está orgulloso de su información, de su reloj, de su puntualidad; orgulloso de ser tan civilizado y no excederse nunca en nada. No se parece a aquel niño ávido y curioso, a aquel adolescente desordenado y vehemente. ¡Por suerte pudo acuchillarlos! Por suerte pudo deshacerse de ellos para que no lo estorben, para que no le vayan a hacer el chiste de serrucharle la estructura y...
"Alguien" es un hombre.
En alguna parte hay un rótulo que le corresponde y que en vez de figurar en una enorme planilla debería estar recortado y pegado en su frente, para una mejor organización de las cosas. Nombre. Apellido. Edad. Profesión. Estado civil. Domicilio. Sueldo.
En la enorme planilla no hay preguntas verdaderamente importantes: ¿Es feliz? ¿De qué tiene miedo? ¿Está enamorado? ¿Qué tararea cuando se baña?
Alguien es un hombre.
Habla como un hombre. Piensa como un hombre. Siente como un hombre. ¿Qué es lo que piensa, qué es lo que siente? Nada raro, lo mismo que piensan y sienten todos los hombres. ¿Qué es lo que hace? Lo mismo que hacen todos. Corre los colectivos, le da limosna a un pordiosero (por si acaso es cierto que desde allá arriba...), se emociona un poco-lo suficiente-el día de su casamiento durante la ceremonia religiosa, el día en que nace su primer hijo, el día en que por fin escritura el departamento propio. No tiene tiempo para tonterías: no tiene tiempo para remontar barriletes, juntar caracoles, tirarse boca arriba bajo un árbol y quedarse en silencio varias horas, pensando...
No puede desperdiciar en pavadas así la cuerda que se da todas las mañanas.
Pero un día, un día se despierta llorando, se mira al espejo, se mira las lágrimas mezcladas con las arrugas y las canas, repite su nombre y su edad como si fuera una plegaria, y luego grita el nombre de su hijo.
Su hijo adolescente que aún cree y aún puede salvarse. Aún puede salvarse se repite hasta que le duele la lengua.
Corre, corre... atraviesa el pasillo, hay que salvarlo, hay que salvarlo... hay que esconder todos los cuchillos, hay que convencerlo de que la vida es bella y hay que tomarla dulcemente por la cintura y hundir la cabeza en su pecho, y hay que guardarse un tiempo para gastarlo sin hacer nada, simplemente remontando barriletes, conversando con las piedras o pensando cara al cielo bajo un árbol. Y hay que saber llorar y partir el pan en dos, en diez, en cien, y abofetear al tirano y erguirse ante la injusticia porque todo mal será purgado y todo error rectificado...
Corre por el pasillo, abre la puerta del dormitorio del hijo al mismo tiempoo que suena el despertador y el muchacho salta de la cama.
-¿Creíste que me iba a quedar dormido? Ya no soy una criatura, papá.
Habla de responsabilidades mientras se ajusta la corbata. Luego se pone el saco.
-No quiero llegar tarde-musita-. Hay que estar en guardia, hay que atacar para que...
No, ya no puede parar los cuchillos que han sido lanzados.
0 Sam's speech
Frodo: I can't do this, Sam.
Sam: I know. It's all wrong! By rights, we shouldn't even be here. But we are. It's like in the great stories, Mr. Frodo. The ones that really mattered. Full of darkness and danger, they were. And sometimes, you didn't want to know the end, because how could the end be happy? How could the world go back to the way it was when so much bad had happened? But in the end, it's only a passing thing, this shadow. Even darkness must pass. A new day will come. And when the sun shines it will shine out the clearer. Those are the stories that stayed with you, that meant something, even if you were too small to understand why. But I think, Mr. Frodo, I do understand. I know now. Folk in those stories had lots of chances of turning back, only they didn't. They kept going. Because they were holding on to something.
Frodo: What are we holding on to, Sam?
Sam: That there is some good in this world, Mr. Frodo. And it's worth fighting for.
Sam: I know. It's all wrong! By rights, we shouldn't even be here. But we are. It's like in the great stories, Mr. Frodo. The ones that really mattered. Full of darkness and danger, they were. And sometimes, you didn't want to know the end, because how could the end be happy? How could the world go back to the way it was when so much bad had happened? But in the end, it's only a passing thing, this shadow. Even darkness must pass. A new day will come. And when the sun shines it will shine out the clearer. Those are the stories that stayed with you, that meant something, even if you were too small to understand why. But I think, Mr. Frodo, I do understand. I know now. Folk in those stories had lots of chances of turning back, only they didn't. They kept going. Because they were holding on to something.
Frodo: What are we holding on to, Sam?
Sam: That there is some good in this world, Mr. Frodo. And it's worth fighting for.
0 El dulce sabor de una mujer exquisita
por Gabriel García Márquez
Si aún no ha pasado el bisturí por tu piel,
si no tienes implantes de silicona en alguna parte de tu cuerpo,
si los rollitos no te generan trauma,
si nunca has sufrido de anorexia,
si tu estatura no afecta tu desarrollo personal,
si cuando vas a la playa prefieres divertirte en el mar
y no estar sobre una toalla durante horas,
si crees que la fidelidad sí es posible y la practicas,
si sabes cómo se prepara un arroz,
si puedes preparar un almuerzo completo,
si tu prioridad no es ser rubia ,
si no te levantas a las 7:00 a.m. para llegar primera al gimnasio,
si puedes salir con ropa de gimnasia tranquila a la calle un domingo
sin una gota de maquillaje en el rostro...
ESTÁS EN VÍA DE EXTINCIÓN....
Una mujer exquisita no es aquella que más hombres tiene a sus pies,
si no aquella que tiene uno solo que la hace realmente feliz.
Una mujer hermosa no es la más joven, ni la más flaca,
ni la que tiene el cutis más terso o el cabello más llamativo,
es aquella que con tan sólo una franca y abierta sonrisa
y un buen consejo puede alegrarte la vida.
Una mujer valiosa no es aquella que tiene más títulos,
ni más cargos académicos,
es aquella que sacrifica su sueño temporalmente por hacer felices a los demás.
Una mujer exquisita no es la más ardiente
(aunque si me preguntan a mí, todas las mujeres son muy ardientes...
Los que estamos fuera de foco somos los hombres )
sino la que vibra al hacer el amor solamente con el hombre que ama.
Una mujer interesante no es aquella que se siente halagada al ser admirada por su belleza
y elegancia, es aquella mujer firme de carácter que puede decir NO.
Y un hombre... un hombre exquisito es aquel que valora a una mujer así...
Que se siente orgulloso de tenerla como compañera....
Que sabe tocarla como un músico virtuosísimo toca su amado instrumento...
Que lucha a su lado compartiendo todos sus roles,
desde lavar platos y atender tripones,
hasta devolverle los masajes y cuidados que ella le prodigó antes....
La verdad, compañeros hombres,
es que las mujeres en eso de ser 'Muy machas' nos llevan gran recorrido...
¡Qué tontos hemos sido -y somos-
cuando valoramos el regalo solamente por la vistosidad de su empaque...!
Tonto y mil veces tonto el hombre que come mierda en la calle,
teniendo un exquisito manjar en casa.
Y es así; valemos por lo que somos, al natural, sin maquillaje en el rostro o en el alma. No hay que ser princesas o modelos para sentirnos bien con nosotras mismas; sólo tenemos que ser nosotras... y asegurarnos de que el hombre que esté a nuestro lado, sepa apreciar la llama que arde en nuestro corazón, sin importar el empaque que nos envuelva.
Si aún no ha pasado el bisturí por tu piel,
si no tienes implantes de silicona en alguna parte de tu cuerpo,
si los rollitos no te generan trauma,
si nunca has sufrido de anorexia,
si tu estatura no afecta tu desarrollo personal,
si cuando vas a la playa prefieres divertirte en el mar
y no estar sobre una toalla durante horas,
si crees que la fidelidad sí es posible y la practicas,
si sabes cómo se prepara un arroz,
si puedes preparar un almuerzo completo,
si tu prioridad no es ser rubia ,
si no te levantas a las 7:00 a.m. para llegar primera al gimnasio,
si puedes salir con ropa de gimnasia tranquila a la calle un domingo
sin una gota de maquillaje en el rostro...
ESTÁS EN VÍA DE EXTINCIÓN....
Una mujer exquisita no es aquella que más hombres tiene a sus pies,
si no aquella que tiene uno solo que la hace realmente feliz.
Una mujer hermosa no es la más joven, ni la más flaca,
ni la que tiene el cutis más terso o el cabello más llamativo,
es aquella que con tan sólo una franca y abierta sonrisa
y un buen consejo puede alegrarte la vida.
Una mujer valiosa no es aquella que tiene más títulos,
ni más cargos académicos,
es aquella que sacrifica su sueño temporalmente por hacer felices a los demás.
Una mujer exquisita no es la más ardiente
(aunque si me preguntan a mí, todas las mujeres son muy ardientes...
Los que estamos fuera de foco somos los hombres )
sino la que vibra al hacer el amor solamente con el hombre que ama.
Una mujer interesante no es aquella que se siente halagada al ser admirada por su belleza
y elegancia, es aquella mujer firme de carácter que puede decir NO.
Y un hombre... un hombre exquisito es aquel que valora a una mujer así...
Que se siente orgulloso de tenerla como compañera....
Que sabe tocarla como un músico virtuosísimo toca su amado instrumento...
Que lucha a su lado compartiendo todos sus roles,
desde lavar platos y atender tripones,
hasta devolverle los masajes y cuidados que ella le prodigó antes....
La verdad, compañeros hombres,
es que las mujeres en eso de ser 'Muy machas' nos llevan gran recorrido...
¡Qué tontos hemos sido -y somos-
cuando valoramos el regalo solamente por la vistosidad de su empaque...!
Tonto y mil veces tonto el hombre que come mierda en la calle,
teniendo un exquisito manjar en casa.
Y es así; valemos por lo que somos, al natural, sin maquillaje en el rostro o en el alma. No hay que ser princesas o modelos para sentirnos bien con nosotras mismas; sólo tenemos que ser nosotras... y asegurarnos de que el hombre que esté a nuestro lado, sepa apreciar la llama que arde en nuestro corazón, sin importar el empaque que nos envuelva.