30 jun 2010
A lo largo de la vida, uno se acuchilla muchas veces.
Se va matando de a poco, no sé si me explico bien: uno se va matando de mejor a peor.
El primer homicidio lo cometemos con un niño que cree que los animales y las mesas y las puertas y las margaritas hablan. Entonces queda, herido pero sobreviviente, un adolescente que sabe que eso no es cierto, que sabe que los animales y las mesas y las puertas y las margaritas no hablan, pero sabe también que todo mal será purgado, que todo error será rectificado, que cada gota de nuestro sudor será pagada con pan y la capacidad de nuestro corazón será colmada con amor.
El adolescente sabe llorar, no le importa tener que rebajarse y suplicar, es capaz de ofrendar su vida por un ideal, de erguirse ante la injusticia, abofetear al tirano y partir su pan en dos, en diez, en cien, sin escuchar el murmullo de voces que va creciendo a su alrededor y entre las que se distinguen palabras sueltas a las que no le da ninguna importancia. No las une. No forma frases ni oraciones con ellas. Sirve. Esfuerzo. Que. Para. Mundo. Es. El. Desprejuiciados. Ataquen. Atacar. No. Los. Te. Hay. Estar. Para. En guardia.
Pero a fuerza de oírlas y oírlas termina por querer saber su significado. Las mueve, las balbucea, las cambia de lugar, las pone en hilera para formar un trencito y luego llora sobre ellas porque no le gusta lo que esas palabras puestas así le dicen.
Para qué sirve el esfuerzo, el mundo es de los desprejuiciados. Hay que estar en guardia, atacar para que no te ataquen.
Llora sobre las palabras, las detesta. Mira a su alrededor buscando a alguien que le de la razón, que las odie tanto como él. Pero se siente solo, absolutamente solo. Es él, nada más que él, su pelo, sus ojos, sus manos, su cuerpo hermoso... y las palabras.
Hasta que al fin, tan cansado, tan triste, tan gris, hace con ellas un cuchillo delgado y filoso y se suicida.
Alguien se sacude esa muerte, esa ceniza. Alguien muy educado, con corbata y saco, con los zapatos lustrados y un horario estricto que cumplir. Qué suerte, un horario y un sueldo que cuenta con exactitud cada fin de mes.
Este alguien está muy enterado de todas las cosas que suceden en el Universo porque lee los diarios y conversa con otros adultos en colectivos, en las oficinas, en los bares, en la calle.
Está orgulloso de su información, de su reloj, de su puntualidad; orgulloso de ser tan civilizado y no excederse nunca en nada. No se parece a aquel niño ávido y curioso, a aquel adolescente desordenado y vehemente. ¡Por suerte pudo acuchillarlos! Por suerte pudo deshacerse de ellos para que no lo estorben, para que no le vayan a hacer el chiste de serrucharle la estructura y...
"Alguien" es un hombre.
En alguna parte hay un rótulo que le corresponde y que en vez de figurar en una enorme planilla debería estar recortado y pegado en su frente, para una mejor organización de las cosas. Nombre. Apellido. Edad. Profesión. Estado civil. Domicilio. Sueldo.
En la enorme planilla no hay preguntas verdaderamente importantes: ¿Es feliz? ¿De qué tiene miedo? ¿Está enamorado? ¿Qué tararea cuando se baña?
Alguien es un hombre.
Habla como un hombre. Piensa como un hombre. Siente como un hombre. ¿Qué es lo que piensa, qué es lo que siente? Nada raro, lo mismo que piensan y sienten todos los hombres. ¿Qué es lo que hace? Lo mismo que hacen todos. Corre los colectivos, le da limosna a un pordiosero (por si acaso es cierto que desde allá arriba...), se emociona un poco-lo suficiente-el día de su casamiento durante la ceremonia religiosa, el día en que nace su primer hijo, el día en que por fin escritura el departamento propio. No tiene tiempo para tonterías: no tiene tiempo para remontar barriletes, juntar caracoles, tirarse boca arriba bajo un árbol y quedarse en silencio varias horas, pensando...
No puede desperdiciar en pavadas así la cuerda que se da todas las mañanas.
Pero un día, un día se despierta llorando, se mira al espejo, se mira las lágrimas mezcladas con las arrugas y las canas, repite su nombre y su edad como si fuera una plegaria, y luego grita el nombre de su hijo.
Su hijo adolescente que aún cree y aún puede salvarse. Aún puede salvarse se repite hasta que le duele la lengua.
Corre, corre... atraviesa el pasillo, hay que salvarlo, hay que salvarlo... hay que esconder todos los cuchillos, hay que convencerlo de que la vida es bella y hay que tomarla dulcemente por la cintura y hundir la cabeza en su pecho, y hay que guardarse un tiempo para gastarlo sin hacer nada, simplemente remontando barriletes, conversando con las piedras o pensando cara al cielo bajo un árbol. Y hay que saber llorar y partir el pan en dos, en diez, en cien, y abofetear al tirano y erguirse ante la injusticia porque todo mal será purgado y todo error rectificado...
Corre por el pasillo, abre la puerta del dormitorio del hijo al mismo tiempoo que suena el despertador y el muchacho salta de la cama.
-¿Creíste que me iba a quedar dormido? Ya no soy una criatura, papá.
Habla de responsabilidades mientras se ajusta la corbata. Luego se pone el saco.
-No quiero llegar tarde-musita-. Hay que estar en guardia, hay que atacar para que...
No, ya no puede parar los cuchillos que han sido lanzados.