6 Otro vínculo

12 dic 2010
Cuando lo vio por primera vez, le recordó el rostro de alguien pero no pudo descifrar de quién. Demasiados rostros habían pasado por su vida, demasiadas bocas, demasiados ojos... Pero en los ojos de él, había algo que en los otros no: estos ojos tenían un brillo especial, un brillo que la contemplaban como si vinieran del centro mismo del sol.
Esa tarde, Luciana comprendió que su vida nunca volvería a ser la misma.
Se acercó. Él estaba sentado a la mesa de un bar, mirando distraídamente hacia fuera mientras fumaba un cigarrillo, y bebiendo café. Luciana se presentó, le preguntó cómo se llamaba, a qué se dedicaba.
Él la miró detenidamente antes de contestar.
-Me llamo Lautaro. Soy periodista.
Ella se sentó a su lado, y siguió conversando con él. Luciana sabía cómo debía sentarse insinuando provocativamente las piernas, cómo debía hablar, cómo debía mover la boca y cómo debía revolotear delicadamente los ojos. Era muy versada, quizás demasiado, en el arte de la seducción. La vida la había obligado a eso.
No hace falta decir que Lautaro quedó totalmente prendado de ella. Desde luego, no era el primero ni tampoco sería el último, pero él había logrado algo que ningún otro hombre había podido conseguir jamás: había ganado su corazón.
Entre ellos nació un romance apasionado, alocado y desesperado. Eran dos almas sedientas, hambrientas de cariño y comprensión, dos almas cansadas, dos almas que creyeron encontrar en la piel del otro una tregua a la soledad que las atormentaba. Luciana encontró en Lautaro la ternura y la dulzura que nunca había conocido pero que siempre había deseado, y Lautaro se aferró a los besos de Luciana como un perro hambriento se aferra a la mano amiga que le da de comer. Los dos se amaron. Profundamente, locamente, dolorosamente.
Los dos intentaron curar sus heridas con la sangre del otro.
Pero a pesar de todo, la vida de Luciana era otra. Por más que realmente amara a Lautaro, por más que Lautaro realmente la amara a ella, el alma de Luciana era un alma condenada al vacío: condenada a desgastarse en los besos y los abrazos violentos de hombres adinerados. Y sabía que no podía, que no podía ni quería, obligar a Lautaro a compartirla para siempre.
Así que una tarde, Luciana simplemente se despidió.
-Adiós-fue todo lo que dijo.
El mes de marzo estaba por concluir y el calor no cejaba. Se abrazaron casi llorando. Ahora los ataba otro vínculo. El amor que había entre ellos nunca acabaría, pero ahora sólo se había convertido en un recuerdo del pasado. Luciana tendría que aprender a vivir sin la ternura de Lautaro, y Lautaro tendría que aprender a vivir sin la bella pasión de Luciana.
El vínculo que ahora los unía era el que une a dos personas que saben lo que es la soledad, que la han compartido, que han creído calmarla, pero que al final de todo comprenden que ellos nacieron para ser sus esclavos.
Sin embargo, hay cosas que durán más que la gente. Quién sabe si la historia concluye aquí, quién sabe si no volverán a encontrarse algún día.





(Las frases en bastardilla pertenecen a distintos cuentos de Jorge Luis Borges)