Hay una leyenda sobre un pájaro que canta sólo una vez en su vida, y lo hace más dulcemente que cualquier otra criatura sobre la faz de la tierra. Desde el momento en que abandona el nido, busca un árbol espinoso y
no descansa hasta encontrarlo. Entonces, cantando entre las crueles ramas,
se clava él mismo en la espina más larga y afilada y, al morir
envuelve su agonía en un canto más bello que el de la alondra y el del ruiseñor. Un canto sublime, al precio de la existencia. Pero todo el mundo enmudece para escuchar, y
Dios sonríe en el cielo. Pues
lo mejor, sólo se compra con grandes dolores. Al menos así lo dice la leyenda.
"The thorn birds", de Colleen McCullough
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