4 a.m.

9 ene 2010
Se despertó con un sobresalto y un grito ahogado. Restregándose los ojos, miró los números rojos del reloj sobre la mesita de luz: eran las cuatro de la mañana. Suspiró y se levantó de la cama.
Se dirigió despacio a la cocina. Sobre la mesa encontró un vaso con restos de whisky y la botella vacía. A un lado había un paquete de cigarrillos. Agarró uno y, encendiéndolo, se dirigió hacia la ventana del living.
Apoyado sobre el alféizar y mirando las melancólicas luces nocturnas, comenzó a fumar. Ya había perdido la cuenta del tiempo que hacía que las noches eran todas iguales: se dormía gracias a los efectos somníferos de varios vasos de whisky, y se despertaba sobresaltado en mitad de la madrugada, siempre a la misma hora, bañado en sudor frío, temblando y con un terrible dolor de cabeza.
El humo del cigarrillo subía en espirales frente a él. Por la ventana abierta entraba una brisa fría, y se escuchaba el lejano bullicio de la ciudad. Le gustaba sentir el aire helado golpeándole la piel, haciéndole humedecer los ojos, quizás disimulando ese ardor que subía desde su garganta y amenazaba con desatarse en un llanto descontrolado.
Pero no, ya no iba a llorar. ¿De qué servían las lágrimas? Si por más que derramara todo un río, ella no iba a volver. Si por más que cerrara los ojos con fuerza, aún podía verla allí tirada, pálida, fría. Si por más que se ahogara en vasos de whisky y se intoxicara una y otra vez en un cóctel de pastillas, nada iba a cambiar la terrible soledad que lo asfixiaba.
Soledad... negra soledad que había buscado desesperadamente llenar con otros ojos, otras voces, otros cuerpos. Placeres momentáneos que sólo aumentaban ese vacío que hacía huecos en su interior, que abría abismos que lo consumían lentamente.
Sintió una lágrima tibia sobre su mejilla, pero con manos trémulas se la secó. Apagó el cigarrillo, respiró una bocanada de aire puro que le infló los pulmones, y lentamente volvió a la cama. Cerró los ojos, sabiendo que otra vez se entregaba de lleno a una noche de tortura: de pesadillas que lo obligaban a revivir una y otra vez aquel trágico momento, de temblores que lo sacudían con violencia y de un grito ensordecedor que le llenaba la mente. El desgarrado grito de ella, cuando su vida la abandonaba.
Era una tortura, sí... pero una tortura que, al menos, le devolvía un trozo resquebrajado de la mujer que había amado y que amaría el resto de su vida.

2 comentarios:

Dreamer Says:
11 de enero de 2010, 11:49

Muy hermoso y muy triste lo que escribiste...me re llego el inmenso dolor de quien ama profundamente a alguien y no puede tener a esa persona de vuelta nunca mas...
muy buen escrito!!^^
gracias por pasarte por mi blog...te sigo tambien
saludos!!

·Julii Says:
11 de enero de 2010, 15:16

Muuuchas gracias por pasarte y comentar :) Nos leemos ;) Éxitos!

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